(ya pues ir a comprarlo, co)
Decir que si no existiese David Giménez Alonso habría que
inventarlo resultaría estúpido. Estúpido como decir que si no existiesen las
páginas culturales de los grandes y pequeños medios no existiría la cultura. O
que para ser ahora medio famoso aunque sea en tu pueblo tienes que tener tantos
perfiles de páginas y redes de nombres impronunciables que da mucho por… Quiero decir todo y no quiero decir nada.
David Giménez Alonso se maneja bien con su barca de versos
por la ribera. Es su territorio natural. Ese y la nebulosa onírica que escribe,
pace y piensa por las redes. Siempre hay que tener un ratico para echar un ojo,
suavecito, por sus incorregibles textos lanzados al río.
David Giménez Alonso sabe muy bien tocar las maracas como
Machín del siglo XXI que es. Y hay días que ese maraqueo bien sonante le lleva
a cruzar el charco con un buen vino en sus manos, o echando un buen vino al
parroquiano que lo ve y se pregunta: ¿de dónde habrá salido este tío?
A Andy Warhol seguro que algunos (no es mi caso) querrían
inventarlo si no hubiese existido. Y si el Giménez hubiese nacido en Nueva York
le daría sopas con honda al modorro del pelo blanco… ¿cómo te quedas?
Ser irreverente, gracioso y buena gente está al alcance
de muy pocas personas. Que las cuatro perras que ganes, además, las reinviertas
en amigos y conocidos para que tengan su pedacito de cielo en el Parnaso lo
hace más único.
Cuando al Giménez le dio por escribir sobre el barbero de
Hitler seguramente no sabía que alguno de sus lectores (o lectores secundarios,
de los que retuitean o le dan al me gusta sin leer) no comprendería su cambio a
los infiernos. En este país de verborrea rápida, cuando nos dan un arma somos
de gatillo fácil. Cuando nos dan un ordenador (menos mal) se nos dispara la
tecla.
Y en su repaso magistral por la historia contada por
otros nos abre ahora la mente con un hombre olvidado que tenía muchas cosas que
contar. Porque ser sumiller de Queipo de Llano no es cualquier cosa. Si el barbero
de Hitler contaba con el pescuezo del genocida a su gusto, el sumiller tenía en
su mano mandar al otro barrio a otro carnicero más famoso que, por su buen
gusto con la patria, se entierra al lado de la Macarena como si aquí no pasase
nada. Yo me imagino al general en la Ruanda de los años 90, y se hubiese puesto
las botas. Y seguro que entonces también hubiese necesitado de algún sumiller.
En un país donde siempre se ha tomado a guasa casi todo,
vivimos momentos duros donde lo políticamente correcto, por un lado; y lo
casposamente correcto, por otro; nos llevan a algunos a llevarnos las manos a
la cabeza constantemente. Y no, no todos somos nietos de salvadores de la
patria de uno u otro bando, lo cual no quita para que la literatura, el humor y
la sonrisa, nos hagan más libres…. Hasta que nos dejen.
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